En mi vida he tenido muchas tormentas, pero la última vivida parece haber arrasado con todo... Tal y como los tornados que azotan de tanto en cuanto éstas pampas llegó uno a mi existencia que fue violento.
Empezó suave con vientos que no parecían anunciar el desastre, sólo llovizna y viento leve. Pero tal y como sucede con las garúas se te meten entre las ropas y empapan la piel... te mojan hasta los huesos, los calan y horadan con certera lentitud.
Luego la lluvia comenzó a sentirse mas intensa con fuertes ráfagas de aire que enredaban mi pelo y enrarecían mi visión; el nivel del agua de las calles subía, tomando mis piernas, mis caderas, mis partes mas íntimas, hasta la cintura. Por qué no entré a casa para refugiarme en la seguridad del hogar y la familia es lo que no puedo explicar, tal vez fue el sentido arrobador del pronto suicidio que se avecinaba y cómo siempre, la proximidad de la muerte seduce, en lugar de alejarnos nos acerca tal como sucede con el amor.
En medio de la inundación con el agua al cuello, la tormenta y los vientos cesaron. Vinieron el silencio, la extraña calma que suele anunciar tempestades, la quietud, el desamparo. Nada era reconocible ya; ni mi hogar, ni la calle, ni mi familia, ni las gentes... nada.
Mas el nivel del agua comenzó a descender llevándose consigo todo, arrastrándolo todo, hasta mis ropas.
Me sentí avergonzada y hasta culpable por no haber sabido actuar y ponerme a resguardo, salvándome de la escandalosa situación.
Lo que sí se es que no será fácil salir de éste pozo que construí a mi alrededor que era refugio y nido, lleno de calor y esperanza...
Y la borrasca Filomena pasó por Madrid…
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Hace 3 años
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